Recientemente tuve la oportunidad de colaborar con unos estudiantes de nivel doctoral en psicología, los cuales en un grupo focal discutían la problemática del maltrato de menores.  Entre los participantes había representación de varios sectores de nuestra sociedad; profesionales, estudiantes,  desempleados, retirados y madres solteras.  Después de varias rondas de discusión, estos puntualizaban repetidamente la importancia de la educación social preventiva o académica como el elemento necesario para atajar el problema del maltrato a menores. No obstante, una vez finalizado el taller me percato que ninguno de ellos mencionó algo relacionado a Dios, iglesia o religión como alternativa al problema abordado.   

La experiencia fue abrumadora y rápidamente me pregunté: ¿Por qué la iglesia no fue alternativa para estos participantes?, ¿Qué se perdió en el camino para que la iglesia o al menos la religión fuera una remota opción? Reflexionando sobre lo sucedido, estoy seguro que alguno de los participantes albergaba algún principio religioso, pero: ¿Por qué no lo mencionaron?  Sin embargo, aunque fue una muestra pequeña, posiblemente representa la opinión generalizada de nuestra sociedad.  Una sociedad compleja que ha depositado su confianza en elementos políticos, sociales y económicos perdiendo paulatinamente la sensibilidad de la fe. 

Creo firmemente que la Iglesia, basada en Jesucristo, fue diseñada para ser revolucionaria y con la capacidad de tocar efectivamente a la humanidad.  Por la experiencia pastoral y académica entiendo que lo necesario es un cambio de enfoque que nos ayude a una renovada proyección de la fe hacia la sociedad que nos toca ministrar.  Este enfoque realmente no es tan nuevo, sólo es meritorio estudiar los acercamientos de Cristo a su medioambiente y tendremos una idea de lo que debemos hacer.  Al realizar un estudio simple y cristológico, será fácil comprender la misión salvadora de Cristo, su resurrección, su divinidad, etc. (Lc. 19:10).  Aunque esto son principios correctos en la fe cristiana, la situación con este pensamiento es que la mayoría de los creyentes lo han dejado en ese nivel, proyectando a un Cristo muy elevado y posiblemente lejos de nuestra realidad humana.

Ahora, para traer a Cristo a nuestra realidad existencial debemos comprender la otra cara, la de Jesús, el mismo que afectó de forma práctica la sociedad y que su legado transcendió la Cruz.  Retó a las autoridades eclesiales por su mala interpretación de la ley (Mc. 12),  retó la práctica del sábado con sanidades y trabajo (Mc. 2),  tuvo contacto físico con la hemorroísa y un muerto (hija de Jairo. Mc. 5:22) lo cual lo hacía inmundo, luchó en pro del pobre y oprimido, rechazó la forma de culto, transformó a miles en su tiempo con sólo su mensaje, revolucionó gobiernos y gobernantes, muchos han muerto por su causa y su mensaje ha tenido la fuerza que ha llegado hasta nuestros días.

Este modelo que nos muestra Jesús contrasta en ocasiones con lo que tenemos hoy día.  A pesar de que se cuentan con más recursos para la predicación del evangelio, es preocupante ver como algunas iglesias y corrientes doctrinales pierden el valioso tiempo de la predicación entreteniendo a la gente. Han  incursionado en modelos de iglesias que abonan a la superficialidad, el simplismo y no provocan cambios permanentes en el individuo.   Este gran problema es fácil de visualizar, ya que muchos en la búsqueda de herramientas o alternativas para atraer a la gente, usan cualquier recurso sin el más mínimo escrutinio, lo que ha resultado en una heterodoxia que abona a que la Fe pierda el sentido para muchos.

Debido a los dramáticos cambios en las filosofías de corte modernista que imperan en un gran sector de la cristiandad, para muchos no-creyentes la iglesia es un negocio, un lugar de manipulaciones místicas, monetarias y de lucro, de ministros que hacen lo que quieren y viven del cuento, además, de escándalos sexuales que al parecer no son corregidos.  Por otro lado, los grandes movimientos neo pentecostales en Latinoamérica y EE.UU y sus transmisiones televisivas han contribuido a una opinión errada de la fe. Difunden al que por medio de una contratación monetaria paga por estos servicios sin tener elementos que filtren lo que se va a transmitir.  Países de Latinoamérica, África Central, EE.UU y el Caribe son invadidos por todas estas corrientes y aceptados como la moda del día.  Además, la proliferación de elementos sobrenaturales como los dones y  manifestaciones ha colocado a Cristo en un segundo plano en muchos altares. Ante todo este panorama y mucho más,  la pregunta sería: ¿Cuánto más?

La Escritura fue clara y nos advirtió de esta tendencia; “No améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo” 1Jn.2:15.  Este aviso no sólo fue dado para que la gente no abandonara la fe, sino también para que los que permanecían no se dejaran cautivar por lo que el mundo le podía ofrecer aún dentro de su fe.  Ciertamente, un gran sector de la iglesia ha incorporado herramientas, modos, formas y estilos típicos del mundo, creyendo que con ellos lograrán alcanzar la gente para Cristo, más aún retenerla.  Sin embargo, es altamente probado que este camino realmente ha sido un fiasco, ya que al abandonar el estudio consciente de las Sagradas Escrituras carecen de los principios necesarios para mantenerse e impactar la sociedad con lo que creen.  Se abandonó principios fuertes de fe, por estrategias de alcance.  La Iglesia pasó de ser un modelo revolucionario, a una revolucionada.  Una que invierte mayor parte de su tiempo en mantener lo que tiene, que en proyectarse como alternativa a la humanidad.

Definitivamente,  la iglesia debe ser alternativa a nuestras culturas y sociedades.  Nuestros países y gobiernos deben verse “amenazados y retados” con una predica apropiada de la fe, por una iglesia militante y revolucionaria que trastorne su tiempo, que exponga una teología funcional y práctica, que luche por las comunidades marginadas, por la mujer, la pobreza, la falta de recursos y discriminación, contra las filosofías globalizantes que harían del mundo una gran aldea en donde el que no tiene será marginado,  luchar contra la influencia negativa de la modernidad materialista y el secularismo, desarrollando una buena apología que sustente sus principios de fe.  Es por esto, que como creyentes y parte de un entorno social, tenemos la responsabilidad teológica de repensar el evangelio a la luz de los acontecimientos de nuestro diario vivir.  Al mencionar la palabra repensar me refiero a la forma práctica y contundente en que cada uno de los que componen la iglesia deben hacer teología.

Sin embargo, la pregunta sería la siguiente: ¿Será correcto hacer iglesia en relación a la problemática social vigente?; ¿Habrá algo adicional a nuestros programas y actividades? Definitivamente sí.  Es lamentable decir,  que en ocasiones nuestros conceptos teológicos se quedan en ese lugar y no tienen un efecto real en la sociedad.  Esto no surge porque el mensaje es ineficiente y ha perdido su poder, sino que nosotros con nuestra comodidad teológica anulamos su efecto en la sociedad que nos rodea.  Una cosa es aprender la teología y la otra es hacerla.   Podemos partir del idealismo de una teología ya realizada en la cual nada nuevo existe o por otra parte,  podríamos comenzar por hacer teología concreta y eficiente que resulte en un efecto sustancial en la gente que la oye y la crean.


Finalmente,  la iglesia ha sido revolucionada por la vorágine de eventos y aparentes doctrinas que han minado su reputación, respeto e influencia. No obstante, es nuestro deber seguir adelante y tener una expresión teológica que proyecte la vida de Cristo al mundo.  Como iglesia debemos desarrollar la dinámica bíblicamente necesaria para educar las congregaciones y repensar la forma de revolucionar al mundo en que nos ha tocado vivir. 

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