
No
obstante, meditando en los análisis expuestos por los participantes, trate de
visualizar por un instante las estructuras contemporáneas y programáticas que
hemos creado alrededor de nuestras comunidades de Fe. Estas formas, procesos y
liturgia impactan en la manera de hacer iglesia, ya que en ocasiones nos roban
el tiempo y la dirección recomendada por la Escritura. Además, algunas de estas
adquieren más importancia que la misión profética de la Iglesia tan necesaria
en la sociedad actual.
En
un análisis reflexivo me preguntaba: ¿Realmente las iglesias dirigen sus
programas y ministerios hacia el propósito para el cual el evangelio ha sido
diseñado? ¿Por qué se invierte tanto tiempo en resolver asuntos internos? ¿Por
qué debe ser tan costosa la Fe?
Definitivamente, estas preguntas, y muchas más podrían iluminar una
problemática en la iglesia contemporánea. Tan sólo es necesario echar una
simple mirada y ver cómo muchas congregaciones se ven ahogadas con las mismas
estructuras que ellas crearon,
secuestrando así su norte y su visión comunitaria y evangelística.
Otro
fenómeno que ha invadido un gran sector de la cristiandad son los llamados
seminarios de líderes o motivacionales con cierto matiz religioso. Con el desarrollo
actual del liderazgo, hemos sido testigos de cómo la influencia capitalista
empresarial, ha dado origen a la proliferación de seminarios, en los cuales se
pretende educar con conceptos de mercado a pastores y líderes de iglesias para
que puedan cumplir sus “sueños ministeriales”. Aunque estoy de acuerdo con la
educación y el desarrollo del ministro, la contradicción se presenta cuando las
ideas y los conceptos expresados en muchos de estos seminarios no se pueden
considerar principios profundos y espirituales que ayuden en la dirección de
las congregaciones.
Estos seminarios,
algunos de ellos carentes de conceptos teológicos, se han convertido en una
moda que pretende “transformar” la iglesia con ideas administrativas seculares.
A la vez, promueven e instan a la
creación de estructuras organizativas que no son necesariamente evangelio,
restándole así agilidad y visión hacia el más necesitado. Aunque se podría decir que muchos lo hacen
con muy buena intención, la realidad es
que es un engaño disfrazado de organización. Se trata de crear más
estructuras, complicar agendas y presupuestos, y olvidar que se puede ganar a
la gente con el poder de una Palabra bien expuesta y no necesariamente con la
gama de ministerios y estructuras creadas.
¿De qué vale una congregación con una estructura y una administración
increíbles y un alcance pésimo para el mundo? ¿Realmente representa esto la
Iglesia? Opine usted.
Por otro lado, son
muchas las congregaciones y sus ministros los que confunden la verdadera misión
de la Iglesia de Jesucristo con una agenda cargada de actividades y programas. No obstante y aunque entiendo que la forma en
la que muchas iglesias hacen acercamientos a la sociedad es a través de este
medio, lo que no se debe perder de vista es el hecho de que la Palabra es lo
suficientemente capaz como para convencer al hombre de su pecado.
Definitivamente, cuando una congregación cree que necesita desarrollar más
estructuras y ministerios para ganar al perdido, desconoce en realidad el poder
que la Palabra tiene.
De todos modos, la
falsa noción de que con meras actividades o formas de administración se retiene
a la gente, ha llevado a muchos a crear programas apartados de los conceptos
apropiados que mueven a la Fe y a sus comunidades a ser señaladas como lugares
de entretenimiento. La herejía de un entrenamiento eclesial es una adicción que
actualmente es promovido en un sinnúmero de iglesias. Además, lo que sucede con
esto es que como toda adicción se convierte en una necesidad para mantener el
ambiente, descubriendo como consecuencias inesperadas, que al desaparecer la
“droga eclesial”, con ella también desaparece la congregación.
En el vocabulario eclesial
reciente se escucha mucho la expresión “visión pastoral”. Este popularizado
término conlleva la idea de que lo que sucederá en una iglesia estará necesariamente
subordinado a las estructuras e ideas que un pastor pueda tener. Por favor, que
no se me malentienda, la Iglesia necesita una estructura administrativa que la
dirija y un pastor/ministro que la guíe;
lo que sucede es que esta dirección no debe estar basada en conceptos
simplistas o ideas de vanguardia, sino que debe estar guiada por las dos
fuentes que dan vida a la Cristiandad: las Sagradas Escrituras y la dirección
del Espíritu Santo. Perder el equilibrio entre la Escritura y las ideas de
alcance es uno de los peligros a los que se enfrentan muchas congregaciones,
exponiéndose así a su extinción en el momento en que el pastor regente deje su
posición. Si la visión fuera genuina o definitiva no debería morir por la
salida del pastor o ministro de turno.
Para acabar, el falso
gigantismo, vendido como éxito en los foros religiosos, ha ocasionado que
pastores e iglesias adopten la idea de vanguardia y se implemente sin el rigor
y discernimiento necesarios. Por eso, observamos movimientos de diversas clases
y prácticas que no necesariamente son
símbolos de la cristiandad. El verdadero éxito de las iglesias es el resultado
de la simple obediencia al mandato bíblico, de ocuparnos del necesitado, de
exponer las verdades de fe sin el afán de llenar la congregación, y de
fortalecer las prácticas propias de aquellos que dicen tener a Cristo en su
vida.
El exceso de
institucionalismo puede sobrecargar a una congregación, a sus líderes y presupuestos.
Los diseños de nuestras agendas no deben ser confundidos con la misión de la
Iglesia, sino como un complemento de ellas. Debemos comprender que la Iglesia
no crece por proselitismos, sino por atracción.[1] No debemos olvidar que lo que le da vida a la
congregación es la virtud de Dios expresada por el Espíritu Santo a la Iglesia,
no son las ideas, conceptos de moda o ideas de un mercado capitalista. Cumplir
el propósito de Dios no es afanoso, pero sí responsable. Definitivamente el evangelio es una aventura que requiere únicamente
sembrar y, como dice el Apóstol, “el crecimiento lo dará Dios”.
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