Desde sus inicios la Iglesia ha tenido el privilegio de tener
hombres y mujeres dedicados al servicio ministerial al frente de sus
comunidades de Fe. No obstante, durante
el periodo de la Iglesia Apostólica, éstos escogían líderes que cumplieran
requisitos específicos (Hch. 1) y que a través de la oración dicha selección
estuviera guiada por el Espíritu Santo.
Si estudiamos a fondo el libro de Hechos veremos que esta actitud se
repite en varias ocasiones, lo cual, nos da a entender que este comportamiento
de los apóstoles y sus discípulos vino a ser la norma por la cual se
conducirían los creyentes a la hora de elegir personas a puestos de autoridad.
Para estos primeros cristianos era vital que el Espíritu Santo les
guiara en dicha selección, ya que con esto se podría evitar el cometer errores en
el nombramiento de personas que no fueran espiritualmente capaces y que eventualmente
asumirán responsabilidades determinantes para la iglesia naciente. La idea que sea Dios el que guíe la elección
de personas de autoridad es muy antigua.
Dios se encargó de intervenir en la selección de la gente que guiaría a
su pueblo a través de toda la historia.
Simplemente y como dato histórico, es el rey David el que rompe este
patrón, ya que no se registra una intervención divina previa por parte del profeta
cuando éste seleccionó a Salomón por rey (1R:1-2), con lo cual instituye la
monarquía en el pueblo de Israel, en
otra palabras, gobiernos heredados por
relación familiar.
Después de este breve prólogo es meritorio ver que la historia
misma nos enseña la gran importancia que era para los protagonistas bíblicos
que Dios fuera parte del proceso de selección de líderes. En la actualidad esa herencia ha llegado a
muchas organizaciones cristianas, podemos ver la selección de un Papa, en la
cual se cita un cónclave y que en oración deciden qué persona es la más adecuada,
por otro lado, vemos iglesias protestantes que hacen una selección de
candidatos y después de la oración, por votación congregacional escogen su
nuevo pastor, como también organizaciones conciliares que en forma práctica
siguen el mismo patrón en la selección de sus ejecutivos.
No obstante, este comportamiento no se ve igual en un sinnúmero de
iglesias que han proliferado de forma exponencial en las últimas décadas, las
llamadas organizaciones independientes. Estas organizaciones confrontan
problemas en sus cambios generacionales,
muchos pastores que fundan iglesias o grandes ministerios no preparan
adecuadamente a futuros prospectos para que puedan asumir las riendas de la
iglesia que pastorean, provocando una
crisis al ver incierto el futuro de la organización.
Más aún, surge la siguiente preocupación ¿qué persona es la más
apropiada para administrar los bienes que se han logrado construir a través del
tiempo en el ministerio? Con esta gran pregunta comienzan los males, ante la
salida del pastor de turno existe la tendencia a que su hijo/a o familiar cercano
tome las riendas del ministerio, creando así una nueva modalidad de selección
de líderes la cual llamaré ministerios heredados. Sin embargo, esto no sólo es un problema en las iglesias y
movimientos independientes, sino que se ha empezado a ver en iglesias
pertenecientes a organizaciones históricas y conciliares debidamente establecidas. Ciertamente, jamás es mi intención atacar la
integridad de personas que reciben ministerios de esta forma, posiblemente son gente que realmente aman a
Dios y le sirven de corazón, más bien, es la forma en que llegó a ese lugar la
que merece un análisis adecuado. Cuando
se transfiere un ministerio a hijos o parientes son más las especulaciones que
se producen que las certezas que se pueden tener de un ministerio fidedigno. Entre estas, están las siguientes:
- ¿Qué se quiere proteger?, ¿Patrimonio familiar?, ¿Visión ministerial?
- ¿De quién realmente es el ministerio?
- ¿Es una selección apropiada del Espíritu Santo por medio de la comunidad de fe?
- ¿Habrá interés económicos envueltos?
- ¿Se irá el pastor saliente a otra congregación?, ¿Existe conflicto de interés si familiares administran la iglesia?
Esta modalidad es peligrosa para cualquier congregación u
organización religiosa, ya que existen factores no necesariamente espirituales
que dominan este asunto. Quizás el
primero y más peligroso es que se pierde por completo la dirección del Espíritu
Santo en la selección del ministro o líder entrante, desplazando con nuestras
actitudes una intervención adecuada de Dios en el asunto, segundo, si lo que se
quiere proteger es el esfuerzo de muchos años de ese pastor y que la actitud es
que “no cualquiera” seguirá la obra, es un error en la perspectiva de a quien le
pertenece el ministerio.
Tercero, la iglesia como comunidad de fe no puede opinar, se omite
el consejo de ancianos, diáconos y gente que con gran sabiduría podrían aportar
a un desarrollo más apropiado de la iglesia.
Cuando la iglesia se convierte en empresa familiar siempre se verá
amenazada por conflictos de intereses.
Por ejemplo, este nuevo pastor le debe a su padre el ministerio en ese
lugar, no a la congregación o a una
junta consultiva que en oración y armonía con la comunidad de fe lo
eligieron. Cuarto, eventualmente la
iglesia se convertirá en un culto al hombre, ya que se tratará el perpetuar la
“visión” de su papá, sin olvidar que su ministerio vivirá bajo la sombra del mismo. Además, si el pastor saliente (su padre) no
sale de la congregación, el nuevo pastor (hijo/a) se verá envuelto en
conflictos siempre, y en el peor de los
casos tratando de proteger lo heredado por encima de lo que debe ser apropiado
para la congregación. La Iglesia jamás fue diseñada para que fuera una empresa
familiar, sino una que sirva de aliento y recursos a las familias que componen
la comunidad de Fe.
El análisis será más rudo si el elemento capitalista está
envuelto. Cuando se crean ministerios
que envuelven mucho capital económico y que ha conllevado años de esfuerzo,
sino se mantiene una mente clara en la realidad de quien es el dueño del ministerio,
terminan estas familias pastorales adueñándose de los mismos. Por nada permitirán que alguien ajeno toque o
arruine sus años de esfuerzo y alcance.
Es por esto, que se debe tener
una profundidad espiritual adecuada para entender que el ministerio sólo
pertenece a Dios, es quien lo da y quien eventualmente se encargará que siga
adelante. Es un gran problema cuando un
término posesivo es acuñado en nuestro vocabulario pastoral, ya que la agenda
que se nos encargó no es mi propiedad, es temporal y guiada por el Espíritu
Santo. Además, el problema es mayor aún
en movimientos de índole carismático, ya que se pretende por medio de
misticismos validar la selección hecha como una de Dios, cuando realmente no lo es.
Posiblemente no exista una normativa de cómo elegir un candidato a
pastor o ministro de una congregación en el nuevo testamento, pero sí existe un
patrón de comportamiento histórico de la iglesia al realizar el mismo. En este patrón varios factores son vitales:
la oración, el consejo, la participación de otros y la eventual guía del
Espíritu en el proceso. Un ministerio
que tiene sus fundamentos de fe y su visión espiritual bien cimentada, entiende
que el mismo no es una propiedad, sino
que es una empresa del Señor dirigida por su Espíritu y que no confrontará problemas
para conseguir un buen hombre o mujer de Dios que pueda realizar la tarea
ministerial en el lugar al que es llamado.
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