El evento de pentecostés es una de las
experiencias de más renombre en el mundo cristiano. La importancia del mismo ha marcado a la
Iglesia y al mundo por más de dos milenios.
En la actualidad, diferentes denominaciones cristianas hacen un aparte
en sus agendas programáticas para conmemorar y celebrar la importancia del
evento. Con ella, se resalta la importancia que tuvo en la
expansión del evangelio, la cual ha sido claramente expuesta en el libro de los
Hechos de los Apóstoles y ejemplificada en la historia de la Iglesia. Sólo como dato histórico es propio mencionar
que los primeros cristianos nunca celebraron pentecostés como lo conocemos hoy,
sino que fue hasta el siglo II y principio del III que en Tertuliano, Orígenes
y otros, se encuentran escritos de posibles celebraciones de este día.
En la actualidad, muchos adherentes
pentecostales han entrelazado la palabra Pentecostés a su movimiento por su
obvia similitud. Sin embargo y a pesar de
esto, es apropiado y correcto decir que Pentecostés no es una experiencia que
da carácter o vida a una denominación, sino que es la infusión del Espíritu
Santo sobre la Iglesia en su totalidad. Es por esto que siempre digo, pentecostés no
es pentecostal, no pertenece a unos,
sino a todos.
Es altamente conocido el matiz que estos
movimientos dan a Pentecostés como experiencia del Espíritu Santo. Algunos piensan que esto es el principio de
la Iglesia, otros sobreponen la importancia de las “lenguas” y para otros,
simplemente un modelo que se debe repetir y buscar anheladamente para que la
congregación tenga el “poder del espíritu” para predicar y operar milagros. No obstante, en su análisis, se pierde de
perspectiva los escenarios, la gente, las formas y la finalidad del mismo. Se ignora la importancia salvífica del evento
y el significado total de la experiencia.
Estoy en completa certeza que nadie pone
en duda la legitimidad de Pentecostés.
Todos somos testigos de su efecto e influencia sobre la iglesia. Sin embargo, cuando analizamos el texto
bíblico no podemos fijarnos en una sola idea.
Pues como ya mencioné perdemos de perspectiva la totalidad de lo que el
evento nos quiere comunicar. Así que,
viendo en el contexto la narración de Lucas podemos percatarnos que el mismo
fue uno inesperado, definitivamente llamativo, que las lenguas que se hablaron
eran idiomas o dialectos entendibles a todos los presentes y que los idiomas
(lenguas) que se hablaron no fueron la finalidad, sino el medio por el cual el
evangelio fue predicado.
Es por esto, que lo acontecido en Pentecostés
es único y que no ha tenido igual en la historia de la Iglesia. Su repercusión, como piedra que cae al agua, ha
generado ondas que nos llegan al día de hoy.
Las mismas que aún tocan la vida de la Iglesia y el mundo que la
rodea. No obstante, cuando vemos a Pentecostés lo
primero que debe venir a la mente de todo creyente es la Iglesia. Es un evento
que marca al cuerpo de Cristo en su totalidad, el cual es definitivamente mucho más de lo que
algunos imaginan.
Cuando tratamos de comprender a
pentecostés en los contextos de sus significados podemos entender que el mismo jamás
infirió una categoría especial de ungidos,
creando clases y estructuras que separan aquellos llenos de la “unción”
de los demás. Jamás, pentecostés
comunicó que las “lenguas” tenían que ser punta de lanza de la Iglesia. Pentecostés, no pone valor sobre
manifestaciones externas y vacías, sino sobre hechos que marcan vidas y las
llevan a Cristo. Personalmente creo, que un verdadero avivamiento produce gente
salvada, no “cultos buenos”. Además, no
infirió la idea de buscar afanosamente una “unción” para predicar el evangelio
ni una señal de evidencia para ser ministro en una congregación. Es por esto, que es importante entender que
no se puede pentecostalizar Pentecostés, porque en realidad no es un evento
pentecostalista.
Entonces, el llamado a la reflexión sería:
¿Qué infiere pentecostés para la Iglesia?
Pentecostés es punto de encuentro,
oportunidad para que todos conozcan a Jesucristo y eventualmente las maravillas
del Reino. Es el lugar en donde el
simple tiene su espacio. Donde todo el
que se acerque tendrá la oportunidad de entender lo que Dios quiere comunicar. Es un foco de inclusión, ya que no importa
los lugares o las fronteras, las marginaciones, los estratos sociales que el
hombre pueda delimitar, el evangelio será y es realidad pertinente para todos y
todas aquellos que lo quieran recibir.
Es misericordia por el otro, es el abrazo fraterno de Dios por la
humanidad completa, punto de enlace entre la realidad divina y la necesidad
humana.
Este irrepetible evento, es sencillamente
reflejo del amor de Dios hacia la humanidad.
Representa la encomienda de una iglesia llena de la gracia de Dios que asume
un papel protagónico para influenciar y cambiar la realidad de un mundo
perdido. En fin, pentecostés es de todos y para todos, es para
aquellos que escuchan el llamado de Dios a servirle con pasión y esmero, a
proclamar la fe en nuestra inmediatez y cotidianidad a un mundo que necesita a
Dios, aunque no lo entienda así.
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