La
anti-intelectualidad no es un fenómeno novedoso. Con realizar una investigación poco profunda
podemos ver este comportamiento a través de la historia, encontrando su expresión en aspectos políticos,
sociales y religiosos. Sin embargo, en todas
las sociedades y épocas han existido pensadores e intelectuales que realizaron
grandes aportes en las diferentes áreas del saber. No obstante, esto no significa que todo ha
sido para bien, en algunos casos estas
personas con altos perfiles intelectuales han manipulado, controlado y coartado
otros sectores sociales, y en el peor de los casos, llevándolos a crisis económicas,
guerras y problemas de identidad social.
Debido a esto, la historia muestra cómo en muchas sociedades se rechazó a
intelectuales debido a que para diversos sectores representaban esas clases
opresoras que mencioné anteriormente.
Otros visos de anti-intelectualismo
se han dado en los regímenes totalitarios o dictatoriales. Estos suprimían el arte, el escrito y toda
forma de expresión racional-critico catalogándolo, en ocasiones, como un acto de subversión
hacia el estado. Fueron miles las
bibliotecas, imprentas y periódicos que fueron cerrados y quemados por esta causa, como
pasó en la Alemania de Hitler y los judíos, en los tiempos del desarrollo del
cristianismo, entre otros. En la
actualidad y sin interés de abundar en el tema encontramos la demonización de
la prensa y de todo aquel que tenga un pensamiento crítico en los Estados Unidos,
creando una ola que afecta varios países de Europa. Por otro lado, tomando en cuenta los patrones
sociales en que vivimos es fácil identificar cómo la sociedad va adoptando características
típicas de idiotez colectiva en los cuales se promueve la idea del poco cuestionamiento
crítico y en el más agudo de los casos de ninguno.
Este patrón social se justifica de muchas
maneras, considerando primeramente la publicidad individualizada que patrocina
un estado de no dependencia o sujeción. Además, los sistemas de fácil acceso comercial que promueven
un rápido alcance y sin esfuerzos a servicios bancarios y mercancías, el mal enfoque en el uso de la tecnología en
donde personas de todas las edades se gastan la vida frente a juegos, teléfonos
y computadoras y una educación pública
selectiva que no aporta al desarrollo de un pensamiento crítico. Por otro lado, la creación
de academias y colegios técnicos vendiendo la idea de una carrera fácil para
alcanzar las metas propuestas, sin saber que estas carreras, en ocasiones, no les
proveen los criterios necesarios para su desarrollo profesional, empujándolos a
ser esclavos de grandes cadenas comerciales u optar en gastar sus recursos económicos
en cursos cortos que no le llevarán a nada.
Además, de una publicidad
violenta en la redes sociales, la lírica
de diversos géneros musicales y la tendencia socialmente aceptada de diluir la razón
con argumentos que rayan en la falacia. Más
aún, se siembra la duda, propiciando el gran dilema de quién verdaderamente la
tiene.
La anti-intelectualidad se define
como la hostilidad y desconfianza hacia el intelecto, los intelectuales y la
actividad intelectual, generalmente, expresada en escarnio de la educación,
filosofía, literatura, arte y ciencia como poco práctico y despreciable[1]. El escritor y profesor de bioquímica Isaac
Asimov define el anti-intelectualismo como el culto a la ignorancia. Ha sido
una constante en nuestra historia política y cultural, promovida por la falsa
idea de que la democracia consiste en que "mi ignorancia es tan válida
como tu conocimiento”.
Realmente, el tema de la
anti-intelectualidad contiene muchas variantes las cuales resultan difícil de exponer en este artículo. No
obstante, todo lo esbozado anteriormente
no es algo aislado a lo que sucede en muchos movimientos religiosos de la
actualidad. El error más común entre las
diversas comunidades religiosas es pensar que las características de una sociedad
no se reflejan en las iglesias. El apóstol Pablo advirtió sobre el particular
en Romanos 12:2, ya que él entendía que los entornos podían ser una influencia, en algunos casos negativos, al comportamiento ético distintivo de las personas
de Fe.
Existen infinidad de estudios que
revelan un alto por ciento de ministros que no poseen estudios teológicos
apropiados. En décadas pasadas el fenómeno
era mucho más alarmante, ya que la mayoría no poseían estudios en materia
alguna o no habían completado sus grados de escuela secundaria. Por otro lado, los laicos en su gran mayoría no
estudian la Fe que dicen creer, solo se limitan a escuchar y repetir sin los
criterios necesarios. Los colegios e institutos
denominacionales limitan el estudio teológico
a lo que su organización dice creer. Recuerdo
en una ocasión que me encontraba en una librería cristiana y al seleccionar
el libro de mi interés, el vendedor me critica negativamente el libro escogido,
lo cual me sorprendió, pero a la vez entendí por dónde iba el asunto. Seguidamente le pregunté si era estudiante
de algún instituto bíblico, a lo cual me contesta afirmativamente, así que le
pregunté: ¿Qué distinto estudias en el seminario que asistes, a la predica de tu
pastor el domingo? El estudiante y
vendedor me mira y me dice: “ninguna”.
Entonces, le pregunto: ¿Crees que estudias la Escritura o estás
estudiando para que tu organización sobreviva?
Imagine el asombro del joven, desconozco que sucedió después de
eso, pero la realidad es que muchos
seminarios denominacionales no enseñan teología, solo educan en cómo sostener y
defender lo que su organización predica, asegurando su larga vida.
Con todas las recomendaciones y
modelos bíblicos sobre la importancia del estudio serio de la escritura, y más aún, la importancia que la misma sociedad le pone a la educación, es increíble ver
personas que dicen profesar la fe cristiana y tener en poca estima el estudio teológico
de la Escritura. Recientemente, dando un
taller en una escuela pública, por alguna razón, salió a relucir mi preparación académica
teológica. Se acerca un pastor
pentecostal y me dice que el interesaba estudiar teología, pero que no lo hacía
porque le “mataba eso del espíritu”.
Para este pastor no sé de qué manera el estudio teológico le mata el Espíritu,
pero casos como este son muestra del síntoma
de muchos en nuestras iglesias, que reniegan el estudio sistemático de la
escritura. Muchos llamados creyentes no tienen problemas
con que sus hijos estudien en universidades cualquier tipo de profesión, pero ¿Teología?, ¿para qué sirve eso?, o como
me comentó alguien en una ocasión: “no estudies mucho eso, que terminas
loco”.
La problemática se agudiza cuando
ministros le quitan el valor al estudio teológico formal. Es menester ver en la redes sociales frases no solo de
laicos, sino de ministros decir:“la teología no salva…es el Espíritu”, “Dios
no busca sabiduría humana, sino el corazón”, el famoso :“la letra mata” y en fin, innumerables ilustraciones quitando el valor
al estudio teológico. Por lo general, los movimientos que fijan su
norte en lo que “el Espíritu revela” son los más reacios al estudio y
vehementemente refutan cuestionamiento alguno, “porque al Espíritu no se le
cuestiona”. Es por esto, que cuando el
movimiento de prosperidad y el neo pentecostalismo hizo su aparición, muchos no
tenían las herramientas para refutarlo y otros simplemente lo asimilaron, y ya
vemos lo que tenemos hoy.
Es responsabilidad como creyentes conocer bien las Escrituras, y esta tiene igual peso para la congregación y su
liderazgo. No es limitar el estudio a lo que la organización
plantea, sino lo que la cristiandad tiene que decir de la Fe. Estudiar la escritura solamente desde una perspectiva
religiosa te proveerá una opinión miope y defectuosa de la Fe. Este menosprecio institucionalizado en muchas
iglesias los puede llevar a que sean manipulados y llevados por cualquier “viento
de doctrina”. Para los ministros, es
crucial, ya que se corre un gran riesgo de predicar un engaño con la mejor intención
del mundo. Ver el pensamiento bíblico desde una perspectiva
más educada, nos ayuda a formar una fe coherente y a tener iglesias con un norte definido. Por el contrario, se exponen
a una predica simplista y superficial, una fe circunstancial y tener que
innovar cada domingo para poder sostener una congregación que por falta de
profundidad bíblica ven en el entretenimiento la razón para ir a la iglesia.
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