Recientemente
tuve la oportunidad de compartir en un servicio religioso carismático al que
fui invitado. Estando en el lugar se
comienza a dar un fenómeno sumamente interesante y que me dio la noción de que
algo no estaba bien. Para empezar, el que realiza la apertura del servicio
comenzó a pedirle a la gente que levantaran sus manos para que la presencia de
Dios bajara en ese momento. Acto
seguido, el ministerio de música comenzó a cantar solicitando que la presencia
de Dios volviera a bajar y que el Espíritu Santo soplara sobre los
presentes. Ante el asombro por lo que
estaba presenciando, otro feligrés hace oración y declara “cielos abiertos” y
“aceite de Dios derramándose”, a esto
añada todas las ideas triunfalistas y de prosperidad que estuvieron presentes. Por un momento, imagine usted la confusión de sentimientos y
asombro ante este escenario, se había realizado todo un proceso “litúrgico” y
para ellos Dios no había llegado aún.
Estoy seguro que el escenario de lo previamente comentado no es algo nuevo para usted. No obstante, el hecho de que se perciba de esta manera no significa que se ignore o pase sin ser señalado, debido a los peligros y malformaciones que se suscitan en estos ambientes. Además, que la “fraseología” utilizada en estos lugares atenta contra el creyente y lo carga con ideas que no necesariamente refleja la realidad del mensaje de Jesús. Asimismo, existen otros riesgos cuando el vocabulario utilizado en los servicios religiosos responde a ideas mundanas y no necesariamente a la Escritura, entre estas: se distorsiona el evangelio, un marcado desbalance escritural, pobre o ninguna hermenéutica, se expone a la feligresía a expectativas irreales, a frustraciones, cargos de conciencia y a perder de perspectivas el valor total y significativo de la obra de Jesucristo para el mundo y la Iglesia. Todo lo mencionado contracta con la realidad salvífica y liberadora de Cristo, ya que su mensaje no estuvo matizado por la riqueza, expectativas irreales o prosperidad económica, sino por uno interesado en los marginados de la sociedad y en ser “La voz de los sin voz” como reclama Jon Sobrino.
Sin embargo, este
tipo de vocabulario o forma de expresión tuvo sus comienzos a finales del siglo
pasado gracias a los movimientos de palabra de fe (Word-Faith) originados en
los EE.UU, encontrando terreno fértil en los movimientos carismáticos
pentecostales y todas sus vertientes, los cuales debido a la carencia de
profundidad teológica se han convertido en los grandes promotores de estas
ideas sin el más mínimo rigor. Esto ha
venido a ser un gran desafío para la Iglesia, ya que su propagación es la norma
de muchos predicadores, cantantes cristianos, medios televisivos, y sorpresivamente ministros de corte
tradicional que jamás hubiéramos pensado.
Es un “evangelio
de expectativas” que carece de resultados, produce inercia, una fe estática y su
similitud con la astrología es asombrosa.
Esta jerga, en vez de liberar,
oprime al que la escucha con ideas inalcanzables, de expectativas
gloriosas que no serán realidad, en
donde la fe y Cristo son sólo pretextos que alimentan sus dichos. Se propaga este tipo de idea con frases como
“Dios hará algo grande”, “El propósito de Dios aún no se ha cumplido”, “Hay
algo que viene”, entre otros, lo
cual deja al azar lo que pueda suceder y sólo enfoca en el creyente la idea que
recibirá un bien material o económico.
Sin embargo, el
problema de esto no es sólo lo que se dice, sino el efecto que podrá tener en
el creyente. Además, sabemos que muchos de
ellos no tienen el conocimiento apropiado para discernir lo que se dijo. Por lo cual, en algún momento se verán
envuelto en una vorágine de dudas y zonas oscuras que de no surgir lo dicho le
podría provocar las siguientes preguntas: ¿Quién es el culpable? Dios, que no lo escuchó, ¿Él o
ella? por no tener fe, ¿Pensará que le mintieron?, ¿Se equivocó el predicador?, provocando
ansiedades y frustraciones que no son típicas de la realidad del evangelio. Además,
que el fatal resultado puede ser la resignación a que en algún momento
sucederá o que la persona frustrada y sintiéndose engañada abandone la fe. Todo
por un evangelio mal expuesto.
Asuntos como
estos son delicados y ponemos en riesgo a muchas personas por la pobre
hermenéutica que se expone desde los altares y los medios. Los movimientos neo-pentecostales arrastran a
miles con este pseudo-lenguaje religioso y supuesta fe. Cuando estas ideas se ignoran o se pasan por
alto, creamos ambientes de gran ansiedad religiosa, colocamos a los creyentes
en un estado de expectativas que lo pueden llevar a vivir grandes frustraciones
que no son propias de la Iglesia. En una
sociedad en donde el entretenimiento y el interés económico se han convertido
en norma, la Iglesia debe ser cuidosa del lenguaje y el vocabulario que asume.
Esto me recuerda
la pericopa de Felipe y el Etíope. Según
la porción bíblica, Felipe es motivado
por el Espíritu a unirse al carro del Etíope. Al ver que leía de Isaías le pregunta,
¿entiendes lo que lees?, a lo cual el Etíope contestó “Como entender sin
alguien que lo explique”. Reflexione por
un segundo e imagine la catástrofe de una mala contestación por parte de
Felipe. ¿Qué mensaje el Etíope hubiera llevado a su país?, ¿En qué hubiera
apoyado su fe? y otras más.
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